El programa planteado consiste en la ampliación del espacio de reserva para 100-120 tumbas en superficie, 60 nichos y 31 columbarios, así como la reordenación de los exteriores y la relación formal y funcional con el cementerio existente.
La nueva ampliación añade dos nuevos espacios más recogidos, más íntimos y dos áreas más abiertas, además del recinto modificado del cementerio existente.
La ubicación aislada del cementerio y del propio municipio, encaramados sobre la ladera de San Martín, define unos criterios arquitectónicos de diseño a gran escala en base a las relaciones con el paisaje y por la ausencia de continuidad formal y funcional con la morfología urbana del pueblo. La arquitectura del cementerio se inserta en el territorio como una nueva marca, referencia física del mismo.
La formalización del programa pasa por el recintado del nuevo cementerio con muros reinterpretados a partir del existente: modeladores del propio paisaje, adaptándose a él, a su topografía, conteniéndolo, apenas delimitándolo, cóncavos y convexos, como ecos formales corbuserianos, incorporando sus vistas, el paisaje y el cielo genérico; integrándose así en él.
Los nuevos muros reordenan y reescriben, agregan nuevos significados y re-significan el conjunto partiendo de la preexistencia del muro del viejo cementerio. La transparencia parcial de los mismos permite una mediación en la relación con el paisaje y evita su percepción masiva y cerrada. Se plantean como veladuras que, mediante una mayor o menor transparencia, garantizan la privacidad en los lugares necesarios.
El diseño de estos muros permite mantener la topografía actual de la parcela evitando los movimientos de tierras y la construcción de muros de contención excesivamente agresivos con el paisaje. Al no tratarse de un muro cerrado en sí mismo, permite que la ladera descienda naturalmente y los árboles entren de manera natural dentro del cementerio, favoreciendo la integración del cementerio en el paisaje autóctono existente.
Los cerramientos del cementerio se irán progresivamente tapizando de vegetación en algunos puntos. La zona central y el contorno se replantarán con árboles autóctonos de la ladera, previendo en el interior otros tipos de árboles más ornamentales.
A pesar de la estaticidad intrínseca del programa, la obra adquiere un enorme dinamismo al ser recorrida, se activa de alguna manera en el desplazamiento descubriéndose las relaciones con el entorno, donde cualquier recorrido es una sucesión de secuencias cambiantes, dibujando distintas percepciones y permitiendo re-leer y re-comprender el mismo paisaje circundante.
La fábrica se construye desnuda, osamenta semienterrada, presencia de la ausencia que allí crece, que guarda y contiene el tiempo de todos, su propio tiempo representado en cada pieza de bloque colocada. El muro no solo está sino que su propio tiempo ocurre cada vez que se nos presenta.
Se plantea el proyecto desde la redefinición de un recinto interior tradicionalmente cerrado, desocupado del paisaje e infrautilizado para, a través del diseño de un límite discontinuo menos impermeable, mejorar la continuidad del paisaje, vientos, luz y naturaleza.
Una arquitectura cargada de relaciones que deriva sus formas de las mismas. La oposición positivo-negativo, cóncavo-convexo, espacio-materia, permiten extraer de estas consideraciones el proyecto paisajístico.